En los últimos 27 años, hemos
vivido una transición a la democracia muy sui generis, llena de limitaciones,
amarres constitucionales, consensos forzados y pactos de impunidad, producto de
cómo se originó el fin de la Dictadura, a través de acuerdos políticos que
establecieron una ruta transicional cargada de contradicciones y gestos
“gatopardistas”….”si queremos que todo siga igual, es necesario que todo
cambie”.
Analizado en perspectiva crítica los
gobiernos de la Concertación por la Democracia, (Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet
I), aparte de avances en el enfoque de las políticas sociales, los sucesivos
gobiernos se dedicaron a administrar el modelo neoliberal legado por el
pinochetismo. Hubo una negación a intervenir en las áreas de salud, vivienda, electricidad, agua,
sanitarias o cualquier otro servicio esencial, a favor de la mayoría de la
población. Por el contrario, se privatizaron actividades que ni la dictadura se atrevió a tocar. La
Concertación, a pesar de haber logrado bajar sustantivamente los índices de
pobreza y extrema pobreza, fue
tremendamente timorata en adoptar políticas de reducción de los desniveles de acumulación
de riqueza existentes en el país, la desigualdad estructural siguió siendo
nuestra mayor vergüenza. Por otro lado, durante este ciclo concertacionista hubo
una negación rotunda a completar el proceso de democratización, se nos dijo que
nada se podía hacer, porque había leyes de amarre, leyes con quórum calificado
que inmovilizaban cualquier cambio sustantivo, y con esa verdad nos quedamos
durante años. Igualmente en este tiempo, la Concertación se negó a profundizar
en la aplicación de justicia por violaciones a los Derechos Humanos, y en la mayoría de los casos en que hubo
resultados positivos, fue por la tenacidad de determinados jueces que tuvieron la valentía de sentenciar
a los culpables de crímenes, desapariciones o torturas.
Sin duda que la coalición
gobernante aprovechó a su favor la infausta herencia de Pinochet, en la
despolitización, la atomización social y la parálisis de la sociedad civil. El
resultado fue desastroso, la Concertación terminó perdiendo el Gobierno, dando
paso a la restauración empresarial - derechista bajo Piñera.
Durante la administración de
Piñera, esta situación marchó sin variaciones importantes hasta que estallaron
las movilizaciones sociales de 2011, que con fuerza inusitada, hicieron
tambalear el poder salvaguardado con tanto esmero por los socios neoliberales como
por las castas oligárquicas. Las agitaciones
masivas generaron un quiebre en el camino sin tropiezos de la Concertación y la
Derecha.
Las manifestaciones sociales mostraron que la
situación de inmovilismo era posible alterarla radicalmente, no sólo desde una
perspectiva meramente reivindicativa, sino desde la gestión del poder político.
Al finalizar el gobierno de Piñera
profundamente desgastado, el ambiente político nacional da un vuelco generando
mayores expectativas de
transformaciones. En esa nueva coyuntura se origina la Nueva Mayoría, que nace
de la necesidad ineludible de promover cambios fundamentales a todo nivel en la
sociedad chilena. Es así como, por primera vez se trabaja en la elaboración
participativa de un Programa de Gobierno, que es ofrecido a la ciudadanía y que
ésta lo apoya. Lo novedoso de esta nueva etapa es que desde el Gobierno y desde la ciudadanía se asumía
la obligación de trabajar por generar cambios fundamentales en el país. Es así
como se forja un pacto social entre el Gobierno y la Ciudadanía. Este cambio
cualitativo en la coalición de Gobierno se grafica en una nueva correlación de fuerzas más amplia y
democrática con la incorporación activa del Partido Comunista. El PC
consecuente con su historia fue capaz de incorporarse a una alianza
pluriclasista, de orígenes diversos en lo ideológico, lo político y cultural, que
aglutina al socialismo, vertientes laicas, socialdemócratas, social
cristianas y marxistas. En este contexto el Partido Comunista, de frente al pueblo afirma que asumirá
responsabilidades de gobierno, sin renunciar a su permanente política de
defensa de los intereses de las clases trabajadoras. “Con un pie en La Moneda y
otro en la Alameda”, fue la frase que graficó el ingreso del PC al gobierno.
La responsabilidad era inmensa, mejorar
las condiciones de vida de la gente, sentar las bases de una nueva
institucionalidad para alcanzar mayores de grados de igualdad y más derechos
para las personas, y así construir un mejor futuro para todos y todas. Obviamente
el camino como era de esperarse, no fue fácil, la derecha política y económica,
dispuso de todo su arsenal para impedir que se concretaran los cambios propuestos.
Sumado a la operación derechista,
estallan múltiples escándalos de corrupción político empresarial, que afectan no
solo a personeros de la oposición, sino a miembros de la Nueva Mayoría. Junto a
desvergüenzas de orden personal en el círculo cercano a la Presidenta, y a
incompetencias operativas, contradicciones internas, todo lo cual infringe al Gobierno una herida que ha sido difícil de remontar.
Pero a pesar de esos hechos
funestos, el Gobierno presidido por la Presidenta Bachelet, en una mirada
objetiva, ha demostrado su capacidad para generar los cambios más importantes
realizados desde el retorno a la democracia.
En un estudio realizado por la
Fundación Ciudadano Inteligente, sobre los niveles de cumplimiento del Programa
de Gobierno al finalizar el tercer año de gestión, se puede afirmar que este
Gobierno con todos los pronósticos en contra, con la inmensa y despiadada
campaña adversaria y con errores dentro del propio gobierno, alcanza un 48 % de
cumplimiento total. (Ver detalles en http://ciudadanointeligente.org/ddah).
Destacan hitos importantes que tienen
un cumplimiento mayor a 50%, como son las áreas de: Educación con 73%; Energía
con 73%; Equidad de Género con 68%; Salud con 67%.; Democracia con 57%;
Desarrollo Social con 54%; Economía con 56%; Obras Públicas con 53%; Trabajo y
Previsión Social con 53%. Hay otros temas
que claramente están al debe como son, Infancia y Juventud con 20%; Pueblos
Indígenas con 20%; Medioambiente 35%; Justicia y DDHH con 32%; Vivienda y
Urbanismo con 33%; y Transporte y Telecomunicaciones con 8%. En todo caso estos
niveles de cumplimiento son superiores al gobierno de Piñera.
Proyectos como la Reforma Tributaria, La Reforma
Educacional, la Reforma al Sistema Electoral; el Ministerio de la Mujer; el
Acuerdo de Unión Civil, son cambios estructurales que determinan un camino de
progreso difícil de revertir. Sin duda que aún queda mucho por desarrollar, y hay
proyectos que están entrampados en el Congreso como la Ley sobre Derechos Integrales de la
Infancia, el proyecto de interrupción del embarazo por tres causales, el proyecto de identidad
de género, o proyectos que ni siquiera se han presentado como el Proyecto de Ley
de Migraciones.
Durante este año se avanzó en
construir un país más democrático y participativo. La ciudadanía levantó la voz
e hizo valer sus propuestas por una nueva Constitución, instancia en la que se
reunieron más de 200 mil compatriotas en territorio nacional y en el
extranjero. Sus ideas hoy son parte de las Bases Ciudadanas del Proceso
Constituyente.
Al comenzar el Gobierno las
expectativas eran muy grandes, se prometió un sello reformador importante. Al transitar el último año de gestión, se acumulan
un conjunto de sensaciones respecto a que se pudo avanzar más rápido y lograr
mucho más, esa desazón origina pesimismo y desconfianza. Pero desde la perspectiva de la “historia de
larga duración”, con una mirada estratégica, brota la convicción de
haber estado en el camino correcto y que lo que hoy está en el debate es perseverar y profundizar una
agenda de cambios aún más amplios. El
país exige una Nueva Constitución, un nuevo Sistema de Pensiones, una Salud más
eficiente, una Educación Gratuita y de Calidad.
Frente a las próximas elecciones
no puede haber dos miradas. Se trata de avanzar y no retroceder. Todos los
Partidos políticos de la Nueva Mayoría, sin exclusiones, tienen esa
responsabilidad sobre sus hombros, y se
les juzgará por eso. No hay cabida para titubeos ni lisonjas con el
inmovilismo.
En este periodo, igualmente producto
de las complejidades político sociales de los últimos años, ha surgido el
Frente Amplio, que abre posibilidades de contar con otras fuerzas organizadas
que pongan su mirada y esfuerzo en los cambios y transformaciones. Pero el inconveniente
que se vislumbra hasta ahora, es que
esta fuerza aún emergente, no tiene una
clara definición política, y por su composición de clase, emanada desde la
pequeña burguesía y las elites radicalizadas, puede transformarse en un escollo
para el avance real de las fuerzas progresistas y no en un aporte a una común
voluntad de cambios. Lo que aún vemos en esta fuerza incipiente es que más que
la búsqueda de sumar energías, todavía están en la etapa adolescente de auto
afirmación de su identidad, y por lo tanto de tener la necesidad imperiosa de
diferenciarse del resto, y su centro de atención es aquello que advierten como lo
más competitivo, la Nueva Mayoría, el Partido Comunista, no así la Derecha. Por eso su discurso obstinado de
autoafirmación progresista está plagado de consignas: “Somos distintos al
duopolio reaccionario, la Nueva Mayoría es la nueva derecha, enfrentaremos
electoralmente al Partido Comunista en todo el país, somos la verdadera
izquierda…”
Sin embargo desde una posición
política comprometida y madura, lo que se requiere es aunar afanes con
responsabilidad y sin asomo de sectarismos. Eso es lo que la sociedad chilena
hoy nos demanda a todos y a todas.
Ronald Wilson
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