ARAUCO INDÓMITO: UNA GUERRA INCONCLUSA
…la gente que
produce es tan granada,
tan soberbia, gallarda y belicosa,
que no ha sido por rey jamás regida
ni a estranjero dominio sometida...
tan soberbia, gallarda y belicosa,
que no ha sido por rey jamás regida
ni a estranjero dominio sometida...
(La Araucana. Alonso
de Ercilla)
Las decenas de víctimas mapuches
en las últimas dos décadas no son solo la suma de enfrentamientos violentos
entre las comunidades mapuches y las fuerzas de orden.
Estos enfrentamientos con los
comuneros mapuches son episodios reeditados
de la Pacificación de la Araucanía, en la cual está empeñado el Estado
de Chile desde mediados del siglo XIX, o quizás son rebrotes de una Guerra de
Arauco, nunca finalizada.
La política del Estado chileno
que fue irónicamente denominada “Pacificación de la Araucanía”, tenía como
objetivo incorporar a la plena soberanía del Estado los territorios
comprendidos entre los ríos Bio Bío, por el norte y Toltén por el sur. Tierras
ancestrales habitadas por los pueblos picunches, huilliches, cuncos, pehuenches
y mapuches. Desde la Conquista hasta obtenida la Independencia e instaurada la
República, el pueblo mapuche nunca pudo ser vencido ni doblegado. Los
territorios tras la Frontera sur del río Bio Bío, lo que hoy en integra parte
de la Región de Bio Bío y la Araucanía, quedaron en una situación de statu quo,
dando por hecho que pertenecían a Chile, pero sin una presencia efectiva del
Estado, en el cual los pueblos originarios siguieron desarrollando su vida
tradicional en relativa convivencia con las autoridades nacionales.
Es a partir de un hecho casi
anecdótico de nuestra historia, como es la aparición en la zona de un personaje
novelesco como es Orelie Antoine de Tounens, quien se proclama Rey de la
Araucanía, en 1861, que hizo caer en cuenta al Gobierno de la época que era
necesario adoptar una decisión estratégica de anexión de la Araucanía. A pesar
que la aventura de Orelie Antoine I, no tuvo ninguna consecuencia política, las
autoridades deciden aplicar un plan de ocupación territorial de los territorios
mapuches, propuesto por el General Cornelio Saavedra. Fue el plan de “Pacificación de la Araucanía”.
Según la historia oficial, este
plan incluyó acciones militares de ocupación de los territorios, además de una
supuesta penetración pacífica mediante el traspaso de los avances de la
“civilización” a dichas tierras mediante la fundación de ciudades, construcción
de caminos, incorporación del telégrafo, y un plan de educación y salud con la
creación de escuelas y hospitales.
En una primera etapa el General
Cornelio Saavedra ocupa hasta el río Malleco y funda Angol, Mulchén y Lebu en
1862. Por la costa avanza hasta el río Toltén. Durante la Guerra del Pacífico
el Ejército se concentró en las campañas del norte, situación que es
aprovechada por los mapuches para lanzar una contraofensiva en 1880 que
significó reconquistar parte de los territorios ocupados. Una vez terminada la
Guerra del Pacifico y desmovilizado el Ejército, el Gobierno ordena retomar en
forma definitiva la segunda etapa de la Pacificación de la Araucanía.
Es esta campaña se construyen o
reconstruyen otras ciudades como Villarrica, Carahue, Temuco e Imperial.
En los hechos, la Pacificación de
la Araucanía fue una ocupación brutal y violenta, una acción militar que a
sangre, fuego y alcohol pretendió
doblegar a un pueblo jamás vencido. Esta nueva guerra contra el pueblo mapuche
es emprendida por gobiernos democráticos
de una República independiente y pujante económicamente, se hace mediante los
más modernos armamentos disponibles en la época, con un Ejército con toda la
experiencia adquirida en la Guerra del Pacífico. El éxito militar estaba
garantizado. Las estrategias de “persuasión” también obtuvieron renombrado éxito.
Sin embargo, la historia oficial
omite que la Pacificación de la Araucanía fue un genocidio del pueblo mapuche,
que usurpó sus tierras a nombre del Estado de Chile, y las entregó a título
gratuito a diversos personajes ávidos de riqueza que se ofrecieron como colonos
-chilenos o extranjeros- para hacer
patria incorporando de esa forma esas tierras salvajes a la civilización y al
desarrollo capitalista que gozaba el resto de la República.
Al respecto, recuerdo que mi
abuelo, el Reverendo William Wilson, Pastor Anglicano y médico, que llegó a
Chol Chol a principios del siglo XX, convirtiéndose en un gran defensor de la
causa mapuche, contaba cómo esos nuevos dueños de los latifundios construidos
en base a las tierras comunales mapuches, encargaban a bandas de forajidos para
que salieran a cazar indios, y por cada oreja cortada de un indio muerto
pagaban para despejar la zona de esa plaga aborigen. Todo eso con la solícita
protección del Ejército de Chile que imponía el orden y de esa manera aseguraba
una pacífica incorporación de esos territorios al Estado de Chile.
La muerte de tantos comuneros
mapuches en actos de violencia producidos en los últimos años, indican que la
Pacificación de la Araucanía no ha terminado. Hoy los descendientes de esos
colonos que usurparon las tierras ancestrales de los mapuches, se han
convertido en grandes empresas forestales, destruyendo las tierras de cultivo y
contaminando ríos y napas subterráneas, que son el corazón de la cosmovisión
del pueblo mapuche, que vincula indisolublemente la vida humana con la
sustentabilidad de la naturaleza. Cada día ese pueblo es acorralado,
perseguido, ignorado, desconocido, como si nunca hubieran existido, o como si
nunca hubieran pertenecido a esos territorios, como si fueran extraños o invasores
venidos de otras latitudes.
Ese silencio de las autoridades y
de la sociedad chilena, que solo ve la superficie de los hechos y condena la
reciedumbre mapuche, los actos de resistencia como métodos inadecuados o
terroristas, no es capaz de comprender la
profundidad de un drama histórico, la enajenación cultural de un pueblo con una
historia bastante más antigua que nueva vida republicana.
Nuestros gobiernos democráticos
en pleno siglo XXI son incapaces de asumir una responsabilidad histórica frente
al pueblo mapuche y se limitan a respuestas burocráticas, como es la creación
de la CONADI, la aplicación amañada del Convenio 169 de la OIT, con
leyes que si bien representan avances,
con planes de variada índole que no enfrentan el problema de fondo, simplemente
porque no va a la causa del conflicto, que no es otro sino es reconocer con coraje una verdad histórica,
que Chile es un Estado Plurinacional.
El Estado de Chile debe hacer un
gesto de nobleza, más allá de los reconocimientos constitucionales y de
políticas de desarrollo, en beneficio a las distintas etnias. Debería nombrar
una Comisión que rescate la verdad histórica respecto a la llamada Pacificación
de la Araucanía y cómo los mapuches fueron expulsados de sus tierras. No
estamos hablando de hechos sucedidos
hace trescientos años, son acontecimientos que aún se conservan en la memoria
histórica de un pueblo. Se trata de reivindicar la dignidad y nobleza de un
pueblo, de restaurar sus derechos, de reconocer su pertenencia a un territorio
que es la base de su cultura y su cosmovisión, la tierra de sus ancestros.
Los jóvenes y mujeres mapuches que resisten conocen de
esos hechos luctuosos no porque los estudiaron en libros de historia, sino
porque los escucharon de sus abuelas, y ellas de sus madres, cómo les quitaron
sus tierras y los lanzaron a la
ignominia de ser extraños en su propio terruño.
Chile como país legalista puede
perfectamente reconstruir esa historia, determinar cómo se produjo esa
expropiación forzada, a qué comunidades pertenecía cada propiedad actual, no
con un afán de revertir todo, ni de reconstruir un pasado, sino simplemente de
reconocer que pasó y cómo pasó. Que el Estado de Chile pida perdón por esas
acciones, y acuerde una real devolución de tierras, y si no es posible su
restitución, se indemnice adecuadamente a las familias o comunidades originariamente dueñas de esos
territorios del Wallmapu.
Se trata que en un acto institucional
se deje constancia de una verdad y partir de allí comenzar a trabajar
mancomunadamente para finalizar con esa guerra no concluida, establecer la paz,
restablecer la justicia y la dignidad de un pueblo mancillado.
Los últimos luctuosos acontecimientos
que terminan con el ajusticiamiento de Camilo Catrillanca, y una vergonzosa suma
de delitos y desacatos cometidos por Carabineros que actúa como fuerza de ocupación,
hacen
urgente adoptar medidas efectivas. El Estado de Chile debe terminar
definitivamente con la militarización de la Araucanía, eliminar la pretensión
que con fuerzas represivas de alto impacto, como el Comando Jungla puede
solucionar un problema histórico, como tampoco lo es posible con planes de buena
vecindad, por muy bien inspirados que
estén.
Un conflicto con raíces profundas
es necesario el repensarlo con
generosidad y audacia a través de soluciones reales, y no ficticias. Esas
soluciones tienen nombre, territorios, soberanía, autonomía, reconocimiento
político.
Ronald Wilson
(Texto publicado originalmente en
2015, reeditado en Noviembre de 2018)
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